jueves, 1 de octubre de 2009

Un centavo impuro

A mí no me gustaría que me engañasen cuando compro alguna cosa en una de esas bodeguillas que proliferan como llagas de varicela en un cuerpo incauto... por doquiera.
Pero luego, luego, mis valoraciones se trastocan y sin percatarme, ya estoy del otro extremo de la senda. Y si es que estamos donde estamos, y vivimos como vivimos (¡claro está!), buscando sobrevivir en las arenas o entre el polvo asqueroso que nos ahoga, pues me vale madre entonces algún lloriqueo de ‘moralino’ aburrido que está de acusete viendo quién se tira el pedo.

Todo circula, y, si ha de devolvérseme la maldición por mi dizque impura acción, entonces que así sea. Todo da vueltas. No tengo de otra. Y cuando me crea feliz vendrá un cáncer, o apenas asome una alegría en el pecho, ahí mismito me arrollará la porquería de micro. Nunca se sabe con estas cosas. Todo es tan falso y ridículo que cuando se creen los poderosos, otros están que gozan sus poderes y ni cuenta se dan; y cuando crea darse cuenta, los gusanos se estarán largando ya de su fosa en busca más inmundicia cadavérica.

Pero, en fin, qué más se puede esperar de esta especie posesa, alma indecisa, confusa, olvidadiza. Su maldición quizás sea esa. O su gran virtud. Nunca se sabe.

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