domingo, 6 de junio de 2010

Dos semanas ya.

Nunca volvió Puchu' de su salida. Entre bromas pensamos que sería una de esas escapadas.
La verdad es que me siento culpable. Pues yo le salvé la vida alguna vez, y quizás varias, lo traje aquí entre mis brazos arañados por su angustia; lo desconocido deja aflorar nuestros miedos. Era tan sensible, pienso yo.

Ahora, no puedo ver sus ojos de nuevo. Ni sentir su calor entre sincero e hipócrita. Era de ser así. La muestra de cinismo más franca se la esperaba siempre. Pero esta vez me desinteresé tanto en su coraza, en su dolor. Es que la rutina te engaña, te ciega. Pensé, qué le podría pasar; nada, claro que nada. Y ese fue su final. Soy, quizás, el causante de su extinción. Cuánto dolor sentía tras esa caída años luz que lo martirizaba cual ataque espasmótico. Su respiración difícil me dolió día tras días. Pero lo cotidiano te insensibiliza, y ahora me imagino la carga de ese dolor eterno, que lo marcó desde ese día. Solo, sin mí. Lejos de la culpa.

Nadie lo vio agonizar y eso es lo que más me corroe el alma. Entre la llovizna húmeda miserable, raspando el aire para clamar auxilio. ¿Dónde estaba yo? Burlándome de su escapada. Con una corazonada que supo a despedida. Esa vez, la última, fue la más hermosa y ahora triste. Perdóname por siempre. Fue mi aprecio el que te mantuvo eterno, pienso. Y fue mi desinterés el que te dio fin. En donde estés, ten siempre presente que te quise como nunca pensé. Con meticosidades vastas y demás, siempre lo supiste. Descansa en paz...

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